Me acuerdo de cuando era pequeña, pero
de un yo que ya está muy lejos de lo que soy. Me veo desde fuera, no
se si por que mis recuerdos vienen por las fotografías o porque me
veo extraña en ese cuerpo tan pequeño. Recuerdo que vivía en un
piso espacioso, con pocos muebles. En la habitación de mis padres
había una ventana, que no se porqué, la recuerdo a la altura del
suelo, a mi altura. Supongo que mi campo visual no alcanzaba más
allá. En fin, lo importante no era la ventana. Desde ella se podía
ver un maravilloso jardín de flores enormes de colores chillones. No
se podía acceder, pero me gustaba mirarlo, incluso lo visitaban
muchos pájaros y bichos. Era como tener una pequeña selva en la
ventana, como un mundo aparte. Eran tiempos de fantasía y aquella
imagen se parecía mucho al jardín de las flores de Alicia.
Luego estaba el lavadero, que tenia
unas grandes cristaleras, que daban a otro patio o algo parecido, no
recuerdo muy bien. Lo que recuerdo a la perfección era la silueta en
forma de destello (aquellos dibujos que solemos hacer de las
estrellas y los brillos) de la estrella del Norte. Era enorme, como
mi mano, me impresionaba. La solía dibujar, pero nunca conseguía
nada que pareciera algo más que un destello. Recuerdo que lo probé
diversas veces, muchas, incluso miraba cuando merecía la pena
dibujarla. A veces brillaba más, otras veces adquiría un tono
amarillento, otras, se encogía, pero plasmada, siempre era el mismo
destello.
Mi vecina de arriba, que tampoco
recuerdo, tenia un gato persa blanco, enorme. A el si que lo
recuerdo. Por las noches dejaba mi ventana un poco abierta para que
pudiera entrar y cada mañana me despertaba con el en la cama. A
veces me fastidiaba porque se metía debajo e intentaba coger con las
zarpas los mechones que se me colaban entre la almohada...Pero yo le
hablaba y le puse un nombre que no recuerdo...De ahí que me gustaran
tanto los gatos, supongo. Sentía que me podía comunicar con esa
mirada. Pero entonces ya pensaba que los gatos persas recuerdan a
niños ricos relamidos y amargados, siempre con esa cara de
insatisfacción y exigencia.
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