jueves, 17 de noviembre de 2011

El hombre del metro


Un hombre está sentado en un asiento del metro. Está dormido. Lleva un traje de buena calidad que aparenta haber estado amortizándose durante años. El hombre debe de rondar la franja generalista de los 40 – 50 años. Su barba es abundante y uniforme y el pelo no lo lleva muy corto, más bien parece revuelto. Algunos mechones caen por su frente. 

Pi-pi-pi-pi-pi....suena el aviso de las puertas del metro. Ese sonido penetra por los tímpanos del hombre provocándole un despertar inesperado y por lo tanto, exaltado. Se da cuenta de que el metro está parado. Pánico podemos ver por un momento en la cara de aquel hombre. Mira rápidamente el cartel luminoso y no sabe si las paradas que están iluminadas son las que ya ha pasado o las que quedan por pasar. El metro arranca pero todavía no anuncia nada. Momento de tensión que le hace situarse en una posición corporal casi horizontal, de lo adelantado que se encuentra su cuerpo respecto al asiento. Finalmente se ilumina la parada adecuada, se tranquiliza y su cuerpo se relaja. Entonces se da cuenta de lo exagerada que ha sido su reacción, mira a su alrededor y se siente avergonzado. Pero parece que nadie se ha fijado. Aunque aquel hombre piensa que están disimulando...

Llega a su parada, sube las escaleras y busca la calle en el panel informativo de la boca del metro.

Entra en una conferencia. La sala está llena. Todos aplauden. El portavoz le da la bienvenida. Aquel hombre sube al escenario y se disculpa por su retraso, antes de empezar su charla sobre ecologismo. Después de la conferencia, toca la cena con los organizadores. Abundantes platos de carne a la parrilla disponibles para coger a su antojo. Aquel hombre, después de su charla, no pudo hacer otra cosa que pedir las sobras de aquellos platos para su perro. 

Al final del día, el hombre vuelve al metro, sale al exterior, se adentra por unas callejuelas con poca luz y entra a un cajero. Hay un vagabundo durmiendo sobre cartones. El hombre entra sigilosamente pero el vagabundo ya ha abierto un ojo. Deben estar siempre al tanto de todo.

Vagabundo: ¿Cómo te ha ido?
Hombre: Te he traído un tupper.

El vagabundo se incorpora y el hombre se sienta a su lado. Se quita el traje y lo guarda en una bolsa de tela. Se pone unas ropas viejas y un gorro. Prepara un cartón y se tumba. Su compañero devora los restos de costillas de cerdo y cordero con las manos. El hombre ya puede dormirse tranquilo. 

lunes, 17 de octubre de 2011

Me rindo


Después de una hora (como dirían los exagerados como mi padre) mirándolo fijamente, me atrevo a atravesarlo con tres pinchos largos y curvados. Nunca pienso en la sensación que debe de sentirse al auto-atravesarte un instrumento como ese por el centro de tu cuerpo. Pero esta vez si, porque tengo miedo de decepcionarme con el resultado. Me pienso tantas y tantas veces el inicio del único movimiento que tengo que hacer con mi mano que casi se me olvida lo que estaba haciendo. Pero entonces me quito estas tonterías de la cabeza y alzo la mano hasta mi boca. No se si es que he empequeñecido y el esfuerzo se incrementa o es que estoy pensando demasiado en una situación en la que no suelo hacerlo. Lo que sí sé, es que pesa más de lo normal y por lo tanto, espero una recompensa adecuada. Pero a quien le voy a exigir nada! Por un momento me siento auto-engañada e imbécil, pero luego prosigo. Ya está dentro de mi, el problema es que he olvidado lo que era. Lo paseo en movimientos horizontales, verticales y circulares, pero no hay cambio alguno. Respiro para dentro para encontrar esa nota de sabor que tanta ilusión hace en momentos como este. Pero nada, no hay señal, podría ser cualquier cosa. Y entonces el asco se apodera de mi, sube desde mi estómago y expulsa todo mi esfuerzo en menos de lo que me podría llegar a imaginar. Por ahora, me rindo.  

domingo, 18 de septiembre de 2011

Recuerdo


Me acuerdo de cuando era pequeña, pero de un yo que ya está muy lejos de lo que soy. Me veo desde fuera, no se si por que mis recuerdos vienen por las fotografías o porque me veo extraña en ese cuerpo tan pequeño. Recuerdo que vivía en un piso espacioso, con pocos muebles. En la habitación de mis padres había una ventana, que no se porqué, la recuerdo a la altura del suelo, a mi altura. Supongo que mi campo visual no alcanzaba más allá. En fin, lo importante no era la ventana. Desde ella se podía ver un maravilloso jardín de flores enormes de colores chillones. No se podía acceder, pero me gustaba mirarlo, incluso lo visitaban muchos pájaros y bichos. Era como tener una pequeña selva en la ventana, como un mundo aparte. Eran tiempos de fantasía y aquella imagen se parecía mucho al jardín de las flores de Alicia.

Luego estaba el lavadero, que tenia unas grandes cristaleras, que daban a otro patio o algo parecido, no recuerdo muy bien. Lo que recuerdo a la perfección era la silueta en forma de destello (aquellos dibujos que solemos hacer de las estrellas y los brillos) de la estrella del Norte. Era enorme, como mi mano, me impresionaba. La solía dibujar, pero nunca conseguía nada que pareciera algo más que un destello. Recuerdo que lo probé diversas veces, muchas, incluso miraba cuando merecía la pena dibujarla. A veces brillaba más, otras veces adquiría un tono amarillento, otras, se encogía, pero plasmada, siempre era el mismo destello.

Mi vecina de arriba, que tampoco recuerdo, tenia un gato persa blanco, enorme. A el si que lo recuerdo. Por las noches dejaba mi ventana un poco abierta para que pudiera entrar y cada mañana me despertaba con el en la cama. A veces me fastidiaba porque se metía debajo e intentaba coger con las zarpas los mechones que se me colaban entre la almohada...Pero yo le hablaba y le puse un nombre que no recuerdo...De ahí que me gustaran tanto los gatos, supongo. Sentía que me podía comunicar con esa mirada. Pero entonces ya pensaba que los gatos persas recuerdan a niños ricos relamidos y amargados, siempre con esa cara de insatisfacción y exigencia.  

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La página en blanco


Creo que es difícil saber con exactitud lo que quieres decir cuando empiezas a escribir con la mente en blanco, sin bocetos ni lluvias de ideas, sólo con un único propósito: transmitir una sensación que le gusta a tu mente a través del fluido sonido de las teclas bajo tus yemas; que no te dejan de indicar que la cosa va avanzando y que el tiempo no está parado del todo; que hay algo que se mueve y trabaja ahí dentro. Pero ese algo debe de estar muy adentro porque no se deja conocer, sólo actúa superfluamente, de forma casi imperceptible, aunque el resto de tu yo sea como una página en blanco pulida y sin ninguna mancha.


Parece que sea un propósito interno, que no te ataña por completo, algo que funciona sólo incluso en los momentos en que pierdes conciencia de la realidad. Porque no tengo el propósito de recopilar conjuntos de letras ni pensamientos. Pero hay algo que se queda tranquilo en mi cuando pongo un punto final.  

sábado, 10 de septiembre de 2011

Tu regalo, querida


Vosotros sabéis esa sensación que tenéis cuando debéis hacer un regalo, prácticamente obligado (porque si no no lo haríais), a cierta persona que no sabéis que regalarle. Una tía de esas que sólo quiere ropa y si no es de marca no le gusta. Que te dan ganas de decirle: A ti no te suena una cosa que se llama libro? No es de tela por eso...

En fin, que llega el día y le digo:

- Aquí tienes tu regalo!
- Pero si fue el mes pasado...
- Ya...pero es que...lo he tenido en la estantería, ahí pa verlo yo bien... pero la cosa era que no nos veíamos tu y yo...y que si una cosa y otra y el regalo se tele-transportó y hasta hoy que no ha aparecido el jodido.

Esta escusa nunca me sirve, la verdad. Pero es que no miento! Las cosas tienen una fuerza paranormal, amigos míos, que cuando llevan mucho tiempo en un sitio, se cansan y así porque si se van a otro lugar. Entonces es como buscar a Wally vestido de negro.

Y es que encima, esto no es todo, hay otro detalle: depende del objeto que sea se lo curra mas o no a la hora de moverse. Lo tengo más que comprobado. Sobretodo el día que tenemos para des-can-sar que es el domingo! Hay tres tipos de objetos: los que se cambian de sitio, los que se esconden y los que desaparecen. Y cada domingo por la mañana, ahí están, las llaves en el pasillo, el DNI escondido dentro de un zapato y las bragas desaparecidas. Y mi deducción, hoy por hoy es que contra mas los usas más se asustan y se alejan de ti.

Yo no sé, la verdad, por que normas extrañas se regirán las cosas pero lo que está claro es que no te iba a regalar unas bragas, así que te regalo un libro que seguro que de tu casa no se mueve.  

viernes, 9 de septiembre de 2011

Cómo cuando


Es cómo cuando...cómo cuando? Vaya forma de explicar las cosas...y CÓMO lo explicas si no, CUANDO ocurre? Cómo cuando se te enciende la bombilla y se te abren los ojos más que a una monja viendo una mancha en la pared con la cara de Cristo, sabes? Y no parpadeas, no; no parpadeas porque no te fías del todo de tus ojos y sabes que si los cierras no verás exactamente lo mismo. Así que prefieres dejar de verlo de forma natural: aguantando la tensión de tu retina hasta que se seca, se seca y ya no ves nada. Se acabó. Y no es de gilipollas, no es lo mismo. No es lo mismo porque has tenido unos segundos más, porque los has aprovechado te dices a ti mismo, aunque sabes que sólo has pensado en lo que te picaban los ojos.

No sigáis pensando en la monja, era para que os imaginarais la cara, nada más, sólo cómo cuando. Pero yo me quiero referir a cómo cuando despiertas después de haber tenido un sueño alucinante digno de una película, o que va, que películas...?si has soñado con una revelación del mundo que nadie sabe, lo tienes claro, y aaaaaahhh tampoco te puedes fiar del todo de tu cerebro. Ocurre lo mismo, te quedas quieto, no vaya a ser que se muevan las ideas de lugar, y sigues ahí, intacto, con los ojos de monja, viendo como van desapareciendo las partes clave de esa inspiración divina. Y explotan más rápido que los globos de una fiesta infantil, eso seguro. Y Arggggg te enfadas, te pones nervioso, tú lo querías escribir todo, tienes que recordar!! Abres más los ojos y... zas! Adiós! Se fue, se acabó. Ya está, quiero decir, que ya no está ahí, lo has perdido para siempre.

Y como la mayoría no somos sabios ni filósofos, ni se nos suelen revelar en la mente constantemente, ni nos funciona la reminiscencia tan bien como a Platón, nos limitamos a explicar los cómo cuando. Y siempre va bien para desahogarse y que otro lo vea y se desahogue pensando que lo que le pasa a el y a ti les pasa a todos. Entonces respiramos, destensamos los ojos y tenemos la autoestima por las nubes para escribir cualquier chorrada, sí, cómo cuando te sientas en el ordenador y escribes esto.  

Metrópoli


Mirad a esa tía! Está exhausta, se para cada tres pasos para respirar y evitar unos segundos de sudor. Ya no sabe como dirigir la pierna buena ni como colocar la mala. Cambia continuamente de opinión sobre tener la escayola a 45 grados o a – 45. No sabe si las muñecas le duelen más con las muletas así o asá y si se cansa menos dando pequeños saltos o dándolos grandes. Los túneles del metro son interminables. Ves personas tan pequeñas en un fondo tan difuso...Y las escaleras! Que mecánicamente las subía y bajaba entonces. Creo que me mareo...