Después de una hora (como dirían los
exagerados como mi padre) mirándolo fijamente, me atrevo a
atravesarlo con tres pinchos largos y curvados. Nunca pienso en la
sensación que debe de sentirse al auto-atravesarte un instrumento
como ese por el centro de tu cuerpo. Pero esta vez si, porque tengo
miedo de decepcionarme con el resultado. Me pienso tantas y tantas
veces el inicio del único movimiento que tengo que hacer con mi mano
que casi se me olvida lo que estaba haciendo. Pero entonces me quito
estas tonterías de la cabeza y alzo la mano hasta mi boca. No se si
es que he empequeñecido y el esfuerzo se incrementa o es que estoy
pensando demasiado en una situación en la que no suelo hacerlo. Lo
que sí sé, es que pesa más de lo normal y por lo tanto, espero una
recompensa adecuada. Pero a quien le voy a exigir nada! Por un
momento me siento auto-engañada e imbécil, pero luego prosigo. Ya
está dentro de mi, el problema es que he olvidado lo que era. Lo
paseo en movimientos horizontales, verticales y circulares, pero no
hay cambio alguno. Respiro para dentro para encontrar esa nota de
sabor que tanta ilusión hace en momentos como este. Pero nada, no
hay señal, podría ser cualquier cosa. Y entonces el asco se apodera
de mi, sube desde mi estómago y expulsa todo mi esfuerzo en menos de
lo que me podría llegar a imaginar. Por ahora, me rindo.